El argumento de Todo lo que tengo lo llevo conmigo
En enero de 1945, cuando el ejército ruso había ocupado Rumanía, se decidió que todos los hombres y mujeres entre 17 y 45 años de las comunidades alemanas asentadas desde hacía mucho tiempo en aquel país, fuesen deportados a campos de trabajo forzoso en la Unión Soviética. Se trataba de una especie de castigo a Alemania por las atrocidades que el régimen nazi había cometido en el frente oriental.
La novela cuenta la historia de Leopold Auberg, un adolescente que es llevado a un campo de trabajo en lo que hoy es Ucrania, y sometido a durísimas condiciones, incluyendo hambre, frío, labores insalubres y, sobre todo, humillaciones. Allí permanece durante más de 4 años.
Narrando en primera persona, en la voz del joven Leo, Herta Müller nos describe en Todo lo que tengo lo llevo conmigo las vivencias no sólo de este muchacho de 17 años, sino de los muchos otros prisioneros, cuyo delito era ser alemanes étnicos, como Trudi Pelikan, compañera de pueblo de Leo, o el abogado Paul Gast y su esposa Heidrun, que muere en el campo; o de Imaginaria-Kati, una deficiente mental que no comprende por qué está allí; o de Tur Prikulitsch, un rumano-alemán que, gracias a que hablaba ruso, se convierte en asistente de las autoridades y deviene en el peor torturador de sus compatriotas.
Leo describe todas estas condiciones, a través de reflexiones, en las que destaca el hambre como protagonista principal (él habla en todo momento del Ángel del hambre) y cómo la mayor preocupación de los internos es tratar de saciarla. Resalta también la conducta -una veces noble, otras veces abyecta- de las personas sometidas a necesidades extremas.
Cuando, luego de casi un lustro de detención, Leo puede regresar a su casa, se encuentra con que se ha convertido en un extraño para su familia, quien evita a toda costa preguntarle por los detalles de su vida en el campo de trabajos forzosos. Aunque es gay, se casa con Emma y, luego de 11 años, la deja y emigra a Austria.
El entorno de Todo lo que tengo lo llevo conmigo
La madre de Herta Müller fue una de las personas enviadas a los campos de trabajo forzosos para alemanes-rumanos, pero se negó siempre a hablarle de esa experiencia, aunque le afectara significativamente. En general, nadie quería recordar estos sucesos. No fue sino hasta que conoció al poeta Oskar Pastior, sobreviviente de uno de esos campos, cuando se enteró de todos los detalles y sintió la necesidad de plasmarlos en una novela (la muerte de Pastior en 2006 impidió que lo hicieran en forma conjunta).
Sin embargo, más allá de la obligación de contar un episodio trágico de la comunidad a la cual pertenece, la novela toma un rumbo propio y aún más trascendente, que llama a una reflexión profunda sobre muchas facetas de la condición humana: la individualidad impuesta por la necesidad de sobrevivir (“en el campo no existe el nosotros”, escribe Leo), el valor real de las cosas materiales, etc.
Más que una crítica política al estilo de la archiconocida Archipiélago Gulag, del también nobelAlexandr Solzhenitsyn, Todo lo que tengo lo llevo conmigo es una reflexión metafísica y humana sobre lo más profundo de nuestros sentimientos y emociones.
De lector a lector: lo que me deja Todo lo que tengo lo llevo conmigo
En lo personal, me impactaron 3 aspectos en la novela de Herta Müller. En primer lugar, la situación en sí. Así como no hay crimen sin castigo, resulta que los que cargan con este último no son siempre los culpables reales. Los miles de alemanes-rumanos que sufrieron en los campos de trabajo rusos ni siquiera lucharon como soldados en el ejército alemán, mientras que muchos jerarcas nazis lograron incluso escapar de cualquier tipo de sanción. Algunos murieron ricos, famosos y perdonados por el mundo, como Albert Speer, el ministro de industrias de Hitler.
En segundo lugar, más que la conducta de los protagonistas de Todo lo que tengo lo llevo conmigo en el campo de trabajos forzados (si se quiere previsible), me sorprendió la actitud de la familia de Leo a su regreso. Todo indica que lo habían dado por muerto, aunque sabían que estaba vivo. Luego de 4 años sintieron que quien regresaba era su fantasma, y que ya no tenía lugar en sus vidas, pues representaba un episodio que ellos querían borrar de su memoria. Creo que esto le hizo más daño que cualquier humillación de las que sufrió durante la detención.
Por último, hacía tiempo que no veía tan resaltado el valor de las palabras en una novela. Las frases poéticas se convierten, en cierto sentido, en las protagonistas del libro. Desde el “sé que volverás” de la abuela de Leo cuando este marcha, que le brindan seguridad durante todo el cautiverio, hasta la enumeración de sus doce “tesoros” (“mi orgullosa inferioridad,...mi educada avaricia,...) o “desde el ángel del hambre no permito a nadie que me posea” ya al final del libro.
El estilo en Todo lo que tengo lo llevo conmigo
Herta Müller no escribe una novela en el sentido estricto de la palabra. Todo lo que tengo lo llevo conmigo puede considerarse más como prosa poética, pues contiene realmente poemas “narrados”, pero concatenados en una forma que nos permite también llevar el hilo de la historia (porque ciertamente hay una historia, con una introducción, un nudo y un desenlace).
Nunca he sido aficionado a los escritores que le dan más importancia a la técnica o a las figuras literarias que a la trama en sí. En este caso, me resulta maravilloso que Herta Müller tome una historia sobrecogedora e impactante y logre además contarla con una fuerza literaria tan rica y expresiva.
Valdría la pena repasar otras de sus novelas traducidas al español, como La bestia del corazóno Hambre y seda.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario